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14 de junio de 2011

El último beso

La suave brisa del mar azotaba mi cara y se introducía en mis pulmones impregnados de una inmensa sensación de agobio. Mis pies descalzos sentían el tacto de la fina arena de la playa que se extendía a lo largo de toda la cala. Había perdido la percepción del tiempo… No sabía cuánto llevaba allí sentado, mirando hacia el infinito, perdiendo mi mirada en el horizonte… Sólo había una cosa que me preocupaba, una cosa que me hacía evadirme del mundo y sumergirme en la más profunda miseria dentro de mi corazón; una pregunta que me reconcomía en lo más profundo de mi ser: “¿vas a venir?”. Tres palabras simples, pero con un tremendo significado; tres palabras que cada vez que se me pasaban por la cabeza, me hacían estremecerme en aquella playa…

De vez en cuando, la soledad se rompía cuando alguien cruzaba enfrente de mí, paseando por la orilla y disfrutando del paisaje. Yo no me inmutaba, deseaba pasar inadvertido; no quería ser visto. Sin embargo, eso no implicaba que yo no viera. Por desgracia, veía como las personas que pasaban delante de mí, desprendían una envidiable felicidad: parejas paseando de la mano, un padre con su hijo a hombros, una joven paseando a su perro, incluso un anciano que caminaba feliz y sin preocupaciones. Todos ellos con sus respectivas historias y con sus respectivos problemas, aparentemente, inexistentes… Les envidiaba por ese instante de felicidad que desprendían y que, por desgracia, no me contagiaban. Y yo sólo pensaba, una y otra vez, lo mismo: ven, por favor; no me abandones.

Anhelaba poder volver a oír su voz, sentir su mirada, ver su sonrisa, besar sus labios, tocar su pelo, abrazar su cuerpo… ¿Por qué una persona ha llegado a hacerme esto? ¿Cómo alguien ha conseguido que me encuentre aquí y así en este preciso momento? Una oportunidad, sólo una última oportunidad para demostrarla lo que siento… Y, otra vez, sonaba en mi cabeza la misma pregunta: “¿Vas a venir?”.

De repente, tembló la tierra; la gente que antes había paseado delante de mí, se paró ante el rugido que se sintió bajo nuestros pies. Yo seguí mirando al horizonte, pasivo e inmune a todo. Hasta que algo me hizo girarme. Como si una flecha me atravesara, una intuición y una desconocida fuerza me hizo girar mi cuerpo y mirar a mis espaldas. Poco a poco, me incorporé y entonces la vi… Como si de una corriente de aire se tratase, como si el más frio de los vientos y, a la vez, la más cálida de las corrientes me atravesaran; ella se encontraba a unos pocos metros de mí, avanzando hacia donde me encontraba. Yo advertí que la gente de la playa huía aterrorizada del horizonte que antes observaba; esa felicidad que antes existía en esas personas, se transformó en un temor; pero me daba igual, sólo me importaba una cosa en ese preciso instante. No hacían falta palabras, ni explicaciones; sólo una mirada, fundirnos en un abrazo y, después, un último beso...

Mientras que todo el mundo huía de la enorme ola que estaba a punto de azotar la playa y acabar con miles de vidas, nosotros permanecimos unidos, ajenos a todo porque ya nada importaba… Sólo ella y yo. Ni si quiera cuando el agua inundó mis pulmones sentí agobio porque, por fin, estaba completo. Por fin, supo lo que yo sentía. Por fin, había venido...


He escrito esta "ñoñería" mientras escuchaba la OST de Titanic; para mi gusto, una de las películas con la mejor banda sonora que existen en la historia del cine. Me he dado cuenta de que inspira muchísimo, sobre todo situaciones como las que recrea la película o el relatillo que os acabo de ofrecer. Aquí os dejo la famosa canción de la película cantada por Céline Dion (tremendísima y potentísima la voz que tiene esta mujer).



1 comentario:

  1. La playa, la suave brisa, y la desesperación. pero siempre hay un final y la esperanza y la fuerza para luchar en lo que uno cree es lo último que se pierde. Me encantan tus historias todas absolutamente son maravillosas y cada dia estoy más convencida de que no muy tarde me sentaré en una sala de cine y disfrutaré con tus creaciones maravillosas. TQ!

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